OPINIÓN | Elecciones en Brasil: escenarios cada vez más inciertos y simplificados de cara a la segunda vuelta
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Nota del editor: Cristina Moreno es profesora de Ciencia Política en la Universidad de Murcia. Tiene un doctorado en Gobierno y Administración Pública por la Universidad Complutense de Madrid. Es codirectora del Grupo de Estudios Cívicos e Innovación Social (GECIS) de la Universidad de Murcia.
Geovanny Vicente-Romero es abogado, politólogo y estratega político con experiencia como asesor de Políticas Públicas, Gobernanza y Comunicación Gubernamental. Es profesor asociado de Comunicación Estratégica (ERM) en la Universidad de Columbia. Es director de Comunicaciones del Instituto Interamericano de Justicia y Sostenibilidad (IIJS) en Washington. También fundador del Centro de Políticas Públicas, Desarrollo y Liderazgo RD (CPDL-RD). Síguelo en Twitter: @GeovannyVicentR.
Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas de los autores
(CNN Español) — Hace años que la “aldea global” que anticipó Marshall McLuhan es una realidad. Este contexto tiene que ver con el desarrollo de un escenario completamente mediatizado, cuyas características se corresponden con las de los medios, es decir, con la comunicación en tiempo real, instantánea, fugaz, centrada en el espectáculo. El estilo de comunicación que podríamos llamar “políticamente incorrecto”, desprecia los patrones de conducta socialmente aceptados que evitan ofender a colectivos étnicos, culturales o religiosos. El expresidente de Estados Unidos Donald Trump es un claro exponente de este estilo comunicativo, que se distancia de lo convencional e incluso hace gala de ser catalogado de enfant terrible, al no atenerse a lo socialmente aceptado.
Si hablamos de comunicación “políticamente incorrecta”, en Brasil encontramos un caso clásico. Jair Bolsonaro (que obtuvo 43,2 % de los votos en la primera vuelta, según el Tribunal Superior Electoral) está tratando de reducir la distancia que lo separa de Luiz Inácio Lula da Silva (48,4 %), argumentando que ese resultado implicó la derrota de las “mentiras” de las firmas encuestadoras. Algunas de ellas hoy hablan de un empate técnico en la intención de voto de 49 % a 44 % (Datafolha) a favor de Lula da Silva, después del 54 % a 38 % que se anunciaba en septiembre de 2022.
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Esta interpretación de los resultados de Bolsonaro es una muestra de los mensajes que contribuyen a la simplificación del escenario político. Nos referimos a las características básicas del relato populista, con mensajes dicotómicos, maniqueos, que no contemplan matices ni términos medios (dinámicas de amigo o enemigo) y que, en definitiva, proponen soluciones e interpretaciones extremadamente simplistas para cuestiones harto complejas. El cóctel resultante de la simplificación del escenario, de un lado, y la comunicación “políticamente incorrecta”, del otro, implica obviamente simplificación, pero también incertidumbre, por la desconfianza que se siembra hacia los instrumentos de análisis de la opinión pública. De hecho, pareciera que en Brasil solo resta la ciencia del azar.
Además, el estilo de comunicación políticamente incorrecto, sumado a las características típicas del relato populista implica determinados riesgos. Esto es así porque, al simplificar buscando chivos expiatorios y soluciones reduccionistas, sin reparo alguno en ofender a minorías, hacer afirmaciones sin contrastar, propagar bulos o fake news, achacar responsabilidades falsamente y de manera categórica, así como un largo etcétera, mientras se da espectáculo, se puede conectar con personas que muestran desencanto o desafección respecto de la política tradicional. Por eso, las situaciones de crisis constituyen el terreno abonado para el discurso populista, reforzado por el estilo de comunicación políticamente incorrecto, que lo adapta más, si cabe, al contexto hipermediatizado de las democracias contemporáneas.
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¿Qué pasó en la primera vuelta de las elecciones brasileñas?
Los resultados de la primera vuelta fueron hasta cierto punto, inesperados, dado que los estudios demoscópicos pronosticaban una victoria cómoda para Lula da Silva, y, aunque quedó primero, le seguía a poca distancia Bolsonaro, que pasó a la segunda vuelta. Lo más probable es que la explicación sea algo más compleja que la esgrimida por este último. En este sentido, los institutos demoscópicos serios hicieron pronósticos acertados respecto al resultado de Lula da Silva, no así con Bolsonaro, pero debe tenerse en cuenta que se señaló la existencia de un porcentaje de indecisos, así como de otro de votantes de terceras y cuartas candidaturas dispuestos a cambiar su voto.
Además, las sorpresas en los resultados electorales en ocasiones pueden explicarse por fenómenos de espiral del silencio, una teoría desarrollada por Elisabeth Noëlle-Neumann, según la cual, en sociedades mediatizadas, puede percibirse cuál es la opinión predominante sobre cualquier cuestión. En aquellos casos en los que la propia opinión no coincide con la mayoritaria, o con lo socialmente percibido como deseable, se teme la censura social al exponerla, por lo que se suele optar por el silencio (como al responder a una encuesta). El estilo políticamente incorrecto de Bolsonaro podría haber causado un fenómeno de este tipo, al no percibirse deseabilidad social en su discurso; con el añadido, en este caso, de que cierto porcentaje de indecisos puede haberse refugiado en el oficialismo.
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¿Y en la segunda vuelta?
Con estos factores operando, ¿cómo especular acerca del futuro inmediato? Es plausible que los acontecimientos se desarrollen de manera similar a otras segundas vueltas célebres, precisamente por poder explicarse a través fenómenos de espiral del silencio, como las elecciones presidenciales francesas de 2002, en las que la sorpresa vino porque pasaron a la segunda vuelta el candidato de la derecha (Jacque Chirac) y el de la ultraderecha (Jean-Marie Le Pen), en lugar de Chirac y Lionel Jospin (Partido Socialista), como se esperaba. Las encuestas no pudieron captar en aquella ocasión la intención de voto por Le Pen, seguramente porque se optó por no declararlo; dando lugar a la paradoja de que la izquierda francesa pidió el voto para el candidato de la derecha (Chirac).
Salvando las distancias, en Brasil la candidata centroderechista Simone Tebet, que quedó en tercer lugar en la primera vuelta (4,2 %), sorprendió sumándose a los apoyos de Lula da Silva, pese a sus diferencias, únicamente con la demanda de que forme un Gobierno “plural, con hombres, mujeres, negros, personas con deficiencia, teniendo como requisitos la competencia, la ética y la voluntad de servir”. Recuérdese que históricamente se ha criticado a Bolsonaro por sus comentarios incendiarios contra las minorías y las comunidades en riesgo de vulnerabilidad, como los indígenas, los colectivos LGBTQ, las personas de raza negra, etc. Ahora estos grupos tienen una orientación sobre a quién votar, independientemente de sus preferencias.
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Por otro lado, la desinformación parece predominar en este contexto electoral. Un ejemplo lo encontramos en la orden de un juez que prohíbe a Lula da Silva continuar llamando caníbal a Bolsonaro tras un video antiguo sacado de contexto. Mientras tanto, se acusa a Lula de querer cerrar las iglesias, viéndose forzado a enviar una carta a los evangélicos para detener lo que alega es una fake news, al tiempo que se compromete a respetar la libertad de culto. Este ingrediente religioso es importante, ya que los católicos del área nororiental del país representan un baluarte proclive al candidato de la oposición, frente a los protestantes del centro-oeste, que simpatizan con el presidente ultraderechista.
En el debate presidencial posprimera vuelta, la estrategia de Lula da Silva ha sido atacar la gestión de la pandemia y la economía de Bolsonaro, mientras este último le ha recordado los casos de corrupción del pasado. Este cara a cara no ha dejado un vencedor claro y, de hecho, desde la elección los candidatos no han dado un paso en falso fatal, pero tampoco han podido imponerse. Quizás el mayor desafío que enfrenta el inquilino actual del Palacio de la Alvorada es luchar contra la historia, pues desde que Brasil recuperó la democracia en 1985, en cada elección, los candidatos que obtuvieron el segundo lugar en la primera vuelta no pudieron revertirlo en la segunda.
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En definitiva, la comunicación políticamente incorrecta y el relato simplificado del populismo funcionan bien en un contexto de desinformación, sin análisis, pero, paradójicamente, es muy probable que sea precisamente el miedo a los riesgos que ello entraña, el que lleve a las personas que no fueron a votar en la primera vuelta por la confianza en la amplia victoria de Lula da Silva, a hacerlo ahora por el miedo a un segundo mandato de Bolsonaro. El miedo siempre está presente en el trasfondo de la política, como el mecanismo más poderoso de movilización o desmovilización.
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