OPINIÓN | El socialismo en EE.UU.
Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.
(CNN Español) — Le dicen “el hombre del 1%”. Bernie Sanders pareciera creer que todos los problemas fiscales de Estados Unidos se podrían solucionar si los “ricos” pagaran más impuestos. Hay, grosso modo, 330 millones de estadounidenses. El 1% es más de 3 millones de personas. Serían unos 3.300.000. No creo que haya tantos multimillonarios o ultraricos. Según parece, solo hay 660, según Forbes. Millonarios «simplemente» hay muchos más (18,6 millones, según cifras de 2019), pero ni siquiera se ponen de acuerdo en la definición de la palabra. El propio Sanders tiene alrededor de un par de millones de dólares y él mismo se definió como millonario.
En todo caso, como yo lo veo, Sanders tiene entre pecho y espalda la mayor cantidad de “socialismo” que le cabe a un político estadounidense. Se autodenomina “socialista democrático” de la especie “escandinava”. A través del Instituto Sanders, que cofundó su esposa, se unió con el Movimiento Democracia en Europa en 2018 y creó la Internacional Progresista, una organización para difundir sus ideas. Uno de los miembros del consejo es el economista griego Yanis Varoufakis. Rafael Correa, asilado en Bélgica y sentenciado a 8 años de prisión por el delito de cohecho, también es miembro del consejo, así como Andrés Arauz, el hombre que podría solucionarle el regreso a Ecuador a Correa si sale elegido presidente frente a Guillermo Lasso.
Los jóvenes universitarios suelen ser partidarios de Bernie. Les simpatiza “el viejo”. A mi nieta Gabriela le gustaría que a ella y a su esposo Joey no les cobraran los préstamos adquiridos para estudiar. En eso coinciden con la enorme mayoría de los estudiantes universitarios. Deben, entre los dos, unos US$ 300.000. Mi hija Gina le pagó totalmente a Gabriela sus cuatro años de pregrado en Barnard. Luego llegó la escuela de leyes. Ahí tuvo que pechar Gabriela con las facturas. Ella estudió Derecho en la Universidad de Boston y él realizó estudios de maestría en la Universidad de Columbia. Ambos tienen buenos trabajos, bien remunerados, pese a que ambos están comenzando su vida laboral.
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Uno de los mejores argumentos de Sanders es que los subsidios universitarios no son gastos a fondo perdido, sino inversiones en el futuro de Estados Unidos. Es algo que el país necesita para mantenerse a la cabeza del planeta. De la misma manera, requiere una población saludable y no se debe ahorrar en salud pública. Este país debe competir en los mercados internacionales y es necesaria una buena educación y personas sanas para hacerlo. Al fin y al cabo EE.UU. “gasta” o invierte en “salud” el 18% del PIB, que fue la tasa anualizada en los tres primeros meses de 2020. El más alto del mundo. (Los daneses solo gastan poco más del 10%). En 1960, el último año del presidente Dwight Eisenhower, solo era el 5%.
O sea, estamos ante el inicio de la fórmula europea del “estado de bienestar”: salud más gastos universitarios. Solo que la invención de esa fórmula no es escandinava sino alemana. Se comenzó lentamente bajo el gobierno conservador de Otto von Bismarck en el siglo XIX. Luego la implantaron los británicos, tanto los laboristas como los liberales y los conservadores. Una vez que los electores obtienen una “conquista”, es muy difícil volverse a la posición anterior.
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Por supuesto, esto no convierte a Sanders en comunista. Es discutible si vale la pena afrontar desde el Estado los gastos en salud y educación, pero Sanders (y mucho menos Alexandria Ocasio-Cortez) pueden ser frívolamente acusados de comunistas por pretender repetir en EE.UU. lo que se hace en Europa. Ni siquiera la defensa de Sanders de ciertos aspectos de la Revolución cubana, del sandinismo o del chavismo puede alegarse para calificar a Sanders de bolchevique, aunque sí de “idiota útil”, una frase que se le ha atribuido a Lenin para definir ciertas actitudes procomunistas de quienes, realmente, no lo son.
Más bien me parece que tiene razón el feroz Bob Avakian, jefe del Partido Comunista Revolucionario de Estados Unidos, cuando manifiesta su desprecio por los “líderes progresistas” de su país en su libro El nuevo comunismo. Es el viejo comunismo de siempre, surgido de las elucubraciones de Karl Marx, que conduce a crímenes inenarrables o a hambrunas tremendas. De nuevo, nada de nada. Es el comunismo habitual. Algo terrible.